Por eso, hermanos, tenemos la obligación -pero no es con la carne- de vivir según ella. Porque si vivís según la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las maldades del cuerpo, viviréis. Porque los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. El Espíritu que recibisteis no os hace esclavos, para que viváis de nuevo en el miedo; más bien, el Espíritu que recibisteis trajo consigo vuestra adopción a la filiación. Y por él clamamos: «Abba, Padre». El Espíritu mismo testifica con nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Ahora bien, si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que participamos de sus sufrimientos para participar también de su gloria.