(Por la fe, Abraham) cuando fue llamado a ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y fue, aunque no sabía a dónde iba. Por la fe, se instaló en la Tierra Prometida como un forastero en un país extranjero; vivió en tiendas, al igual que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Pues esperaba la ciudad con cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Y por la fe, incluso Sara, que ya no estaba en edad de procrear, pudo tener hijos, pues consideraba fiel al que había hecho la promesa. Y así, de este único hombre, que es bueno como muerto, surgieron descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo y tan incontables como la arena de la orilla del mar. Todas estas personas seguían viviendo por la fe cuando murieron. No recibieron las cosas prometidas; sólo las vieron y las acogieron de lejos, y admitieron que eran extranjeros y forasteros en la Tierra. La gente que dice esas cosas demuestra que busca un país propio. Si hubieran pensado en el país que dejaron, habrían tenido la oportunidad de regresar. En cambio, anhelaban un país mejor, un país celestial. Por eso Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad.
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