David alabó al Señor en presencia de toda la asamblea, diciendo: «Alabado seas, Señor, Dios de nuestro padre Israel, desde la eternidad y hasta la eternidad.
Tuya es, Señor, la grandeza y el poder y la gloria y la majestad y el esplendor, porque todo lo que hay en el cielo y en la tierra es tuyo.
Tuyo, Señor, es el reino; tú eres exaltado como cabeza sobre todo. La riqueza y el honor proceden de ti; tú eres el soberano de todas las cosas.
En tus manos están la fuerza y el poder para exaltar y dar fuerza a todos. Ahora, Dios nuestro, te damos gracias y alabamos tu glorioso nombre.